Santa Maria de la Pentecosta
Temple de l’Esperit Sant, Verge de la Pentecosta: invoquem
l’assistència decisiva del vostre cor abrandat d’amor…
Cor de l’Església, cenacle de l’Esperit, santa Maria del foc!
¡Santa María del Fuego!
Templo del Espíritu Santo, Virgen de Pentecostés: Invocamos la asistencia decisiva de tu corazón inflamado.
Aquel día la Iglesia se congregó en torno a ti para la espera. Y la fuerza de tu voz trajo el cumplimiento de la promesa del Hijo. El Cenáculo fue fecundo por tu presencia de Madre. Sobre el volcán de tu corazón de medianera rompió el fuego de Pentecostés y desde él las lenguas de Dios abrasaron la timidez apostólica.
En esta vigilia de la conmemoración litúrgica del gran día del Espíritu Santo, te llamamos, Señora, con un renovado fervor: porque sabemos que el Espíritu bajará siempre por el cauce de tu plegaria.
En este mundo que decimos nuevo, porque es demasiado viejo ya para que pueda seguir subsistiendo así, Tú, Madre, habrás de ser también el corazón de la espera, el tronco, el regazo…
Los apóstoles de todos los tiempos han prendido su antorcha en ti. Los nuevos apóstoles contarán contigo con una fidelidad apenas imitada en los siglos pretéritos, porque la nueva era va a ser –empieza a ser ya– particularmente tuya: el Pentecostés de tu corazón maternal.
Enséñanos a todos –los que juntos habremos de ser los apóstoles del mundo nuevo– a levantar la mirada y la voz antes de levantar el pie andariego: que amemos más el hablarle a Dios que el hablar de Dios: que atendamos, ante todo, al interior del Cenáculo antes que al balcón y a la plaza desbordante: que fiemos el éxito de todas las empresas apostólicas a la única verdadera eficacia, que es la del Espíritu…
Virgen de Pentecostés, templo del Espíritu Santo: la Iglesia de Jesús siente hoy, otra vez, la sacudida de lo alto… ¡Confiamos a tu Corazón de Madre de Cristo entero el riesgo y la hermosura de esta hora! Corazón de la Iglesia, cenáculo del Espíritu, Santa María del fuego.
Vós sou del Sant Esperit
Reliquiari,
puix al mig de vostre pit
volgué estojar-hi
lo tresor de l’infinit.
Mn. Jacint Verdaguer